Encender velas a los difuntos ilumina la noche oscura de los cementerios. Su luz conecta el mundo de los vivos con el de los muertos. Poner una vela a los seres queridos que descansan en la paz del Señor es un acto de amor, de fe y de esperanza. Se trata de una tradición muy arraigada cuyos orígenes se remontan a la noche de los tiempos.
Para el cristiano, esa frágil y temblorosa llama representa el deseo de que la luz perpetua de Dios brille sobre el alma del difunto. ¿Cuál es el origen de esta tradición? ¿Qué significa para un creyente encender una vela? ¿Hasta qué punto está relacionado con el Día de Todos los Santos?
¿Cuál es el significado cristiano de encender velas a los difuntos?
Visitar a los muertos es una práctica muy difundida, sobre todo, entre quienes han perdido recientemente a un ser querido. Rendir homenaje a un difunto con flores y velas, además de proporcionar consuelo, es una forma de oración y una declaración de humildad. Como la vida terrenal, las velas se consumen poco a poco y, finalmente, se apagan. Esa luz efímera, sin embargo, es un canal de comunicación con lo trascendente.
El fuego representa, mejor que ningún otro elemento, la fusión entre materia y espíritu. Por este motivo, desde la más remota antigüedad, su presencia ha sido una constante en todo tipo de ceremonias religiosas.
No obstante, es muy probable que, en los albores de la humanidad, una de las principales funciones del fuego en los rituales funerarios fuera la de ahuyentar a los depredadores. El fuego fue también protagonista de los ritos mortuorios de egipcios, griegos y romanos.
«La luz del mundo»
El cristianismo dota a todas estas tradiciones ancestrales de un profundo sentido espiritual. Frente a la oscuridad de la muerte, Jesucristo encarna “la luz del mundo”, la salvación para quienes caminan en tinieblas.
La palabra luz es una de las más recurrentes, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. De hecho, según el Génesis, Dios creó la luz el primer día. Por otra parte, es importante recordar que el Espíritu Santo se manifiesta a través del fuego y que su símbolo es la Cruz.
La vela, por tanto, simboliza a la perfección la naturaleza finita del cuerpo y la eternidad del alma. Encender una vela sirve, entre otras cosas, para indicar a los mortales el camino hacia la luz. Su fuego purifica, calienta e ilumina. Por ese motivo, la mayor parte de las iglesias cuentan con su propio lampadario en el que se puede encender una vela para pedir por los difuntos.
Los grandes místicos, como San Juan de la Cruz, recurrieron con frecuencia a la imagen de la llama y de la luz para expresar el deseo de unión con Dios. Sus célebres poemas «Llama de amor viva» y «Noche oscura del alma» ilustran de manera sublime esta continua pugna espiritual entre luz y tinieblas.
Cualquier persona que haya visitado un cementerio durante el Día de Todos los Santos comprenderá bien el misterio y la belleza de las velas. Transmiten al creyente una imagen muy potente que invita al recogimiento y a la plegaria. Hay pocos objetos con un mayor poder de evocación.
Poner velas a los muertos en la actualidad
Por suerte, a pesar de la secularización de la sociedad, la costumbre de rendir culto a los muertos con velas no se ha perdido. En realidad, está muy difundida, no solo entre los católicos.
El gesto sencillo, simbólico y universal de poner velas a los difuntos contribuye a dar un mayor sentido a la vida. Se trata de un elemento de gran fuerza visual que permite a creyentes y a no creyentes recordar a sus seres queridos. El cristiano, en cambio, ve en ellas un símbolo de esperanza en la vida eterna. En cualquier caso, el ancestral misterio del fuego revive cada vez que alguien enciende con devoción una vela.